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Una postal del cambio climático: el Gran Lago Salado de Utah se está secando

SALT LAKE CITY — Si el Gran Lago Salado, que ya se ha reducido en dos tercios, sigue secándose, esto es lo que nos espera:

Las moscas y las artemias del lago morirían —los científicos advierten que todo podría empezar este verano— amenazando a los 10 millones de aves migratorias que se detienen en el lago anualmente para alimentarse de las diminutas criaturas. Las condiciones para esquiar en las estaciones sobre Salt Lake City, una fuente vital de ingresos, se deteriorarían. La lucrativa extracción de magnesio y otros minerales del lago podría cesar.

Lo más alarmante es que el aire que rodea Salt Lake City en ocasiones se volvería venenoso. El lecho del lago contiene altos niveles de arsénico y, a medida que este se expone más, las tormentas de viento llevan ese arsénico a los pulmones de los residentes cercanos, que constituyen tres cuartas partes de la población de Utah.

“Tenemos esta bomba nuclear medioambiental en potencia que va a estallar si no tomamos medidas drásticas”, comentó Joel Ferry, legislador estatal republicano y ganadero que vive en el lado norte del lago.

Como el cambio climático sigue provocando una sequía sin precedentes, no hay soluciones fáciles. Para salvar el Gran Lago Salado habría que dejar que el deshielo de las montañas fluyera hacia el lago, lo que significaría menos agua para los residentes y los agricultores. Eso pondría en peligro el vertiginoso crecimiento demográfico de la región y la agricultura de alto valor, algo a lo que los dirigentes estatales parecen reacios.

El dilema de Utah plantea una pregunta central a medida que el país se calienta: ¿Qué tan rápido están dispuestos los estadounidenses a adaptarse a los efectos del cambio climático, incluso cuando esos efectos se vuelven urgentes, obvios y potencialmente catastróficos?

Hay mucho en juego, según Timothy D. Hawkes, un legislador republicano que quiere acciones más agresivas. De lo contrario, aseguró, el Gran Lago Salado tendrá el mismo destino que el lago Owens de California, que se secó hace décadas, produciendo los peores niveles de contaminación por polvo en Estados Unidos y ayudando a convertir a la comunidad cercana en un auténtico pueblo fantasma.

“No es solo alarmismo”, afirmó sobre la desaparición del lago. “En realidad puede ocurrir”.

Vista desde un satélite del Gran Lago Salado captada en septiembre de 1987.Credit…EROS Center, USGS
El Gran Lago Salado en mayo de 2021Credit…EROS Center, USGS

Un oasis moderno y amenazado

Digamos que te subiste a un automóvil en la orilla del Pacífico y comenzaste a conducir hacia el este, trazando una línea a través del centro de Estados Unidos. Después de cruzar las montañas Klamath y Cascade en el norte de California, verdes y exuberantes, llegarías al desierto de la Gran Cuenca de Nevada y el oeste de Utah. En una de las partes más secas del país, el paisaje es de un marrón muy pálido, casi gris.

Pero sigue hacia el este, y justo al lado de Wyoming habría un oasis moderno: una estrecha franja verde, que abarca unos 160 kilómetros de norte a sur, la cual alberga una metrópolis ininterrumpida bajo montañas nevadas, al abrigo de arces y perales. En el borde de ese oasis, entre la ciudad y el desierto, está el Gran Lago Salado.

Los habitantes de Utah llaman a esa metrópolis el Wasatch Front, por la cordillera Wasatch, de más de 3600 metros de altura, que se encuentra sobre ella. Se extiende aproximadamente desde Provo, en el sur, hasta Brigham City, en el norte, con Salt Lake City en el centro, y es una de las zonas urbanas de más rápido crecimiento en Estados Unidos: alberga a 2,5 millones de personas, atraídas por la belleza natural y el costo de vida relativamente modesto.

Esta megaciudad es posible gracias a un pequeño milagro hidrológico. La nieve que cae en las montañas al este de Salt Lake City alimenta tres ríos —el Jordan, el Weber y el Bear— que proporcionan agua a las ciudades y pueblos del Wasatch Front, así como a las tierras de cultivo cercanas, antes de desembocar en el Gran Lago Salado.

Hasta hace poco, ese sistema hidrológico contaba con un equilibrio delicado. En verano, la evaporación hacía descender el lago casi 60 centímetros; en primavera, tras derretirse el manto de nieve, los ríos lo rellenaban.

Joel Ferry, legislador estatal cuyo rancho se encuentra en el lado norte del Gran Lago Salado. “Tenemos esta bomba nuclear medioambiental en potencia que va a estallar si no tomamos medidas drásticas”.

El reseco sistema de canales del río Bear, que riega las tierras de cultivo desviando el agua que de otro modo llegaría al Gran Lago Salado.

Ahora, dos cambios están desequilibrando el sistema. Uno es el crecimiento explosivo de la población, que desvía más agua de esos ríos antes de que lleguen al lago.

El otro es el cambio climático, según Robert Gillies, profesor de la Universidad Estatal de Utah y climatólogo del estado de Utah. El aumento de las temperaturas hace que una mayor cantidad de nieve se transforme en vapor de agua, que luego escapa a la atmósfera, en lugar de convertirse en líquido y correr hacia los ríos. Más calor también significa una mayor demanda de agua para el pasto o los cultivos, lo que reduce aún más la cantidad que llega al lago.

Y un lago que disminuye significa menos nieve. Cuando las tormentas pasan por encima del Gran Lago Salado, absorben parte de su humedad, que luego cae como nieve en las montañas. Un lago en vías de desaparición pone en peligro ese patrón.

“Si no hay agua, no hay industria, ni agricultura, ni hay vida tampoco”, dijo Gillies.

‘Al borde del precipicio’

El verano pasado, el nivel de agua del Gran Lago Salado alcanzó el punto más bajo que se haya registrado en su historia, y es probable que siga descendiendo este año. La superficie del lago, que cubría unos 8547 kilómetros cuadrados a finales de la década de 1980, se ha reducido desde entonces a menos de 2590, según el Servicio Geológico de Estados Unidos.

El contenido de sal en la parte del lago más cercana a Salt Lake City solía fluctuar entre el nueve y el 12 por ciento, según Bonnie Baxter, profesora de Biología del Westminster College. Sin embargo, a medida que el agua del lago ha descendido, su contenido de sal ha aumentado. Si alcanza el 17 por ciento —algo que, según Baxter, ocurrirá este verano—, las algas del agua tendrán problemas para sobrevivir, lo cual amenaza a las artemias que las consumen.

Aunque el ecosistema aún no ha colapsado, Baxter dice que “estamos al borde del precipicio. Es aterrador”.

Kevin Perry, profesor de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Utah, en la tierra que solía estar sumergida por el Gran Lago Salado.
Perry sostiene artemias muertas en la costa

Los riesgos a largo plazo son aún peores. Una mañana de marzo, Kevin Perry, profesor de ciencias atmosféricas de la Universidad de Utah, caminó sobre tierra que antes estaba bajo el agua. Removió la tierra, del color del barro seco, como una playa donde la marea bajó y nunca volvió.

El suelo contiene arsénico, antimonio, cobre, circonio y otros peligrosos metales pesados, en gran parte residuos de la minería de la región. La mayor parte del suelo expuesto sigue protegido por una corteza dura. No obstante, conforme el viento erosiona la corteza con el tiempo, esos contaminantes se mueven en el aire.

Las nubes de polvo también dificultan la respiración de las personas, sobre todo las que padecen asma u otras enfermedades respiratorias. Perry señaló los fragmentos de corteza que se habían desprendido y que yacían en la arena como si fueran porcelana rota.

“Esto es un desastre”, dijo Perry. “Y las consecuencias para el ecosistema son absolutamente, increíblemente malas”.

Se queda sin agua, crece más rápido

En teoría, la solución es simple: dejar que más agua de la capa de nieve derretida llegue al lago, enviando menos agua a los hogares, negocios y granjas.

Pero la ciudad metropolitana de Salt Lake City apenas tiene agua suficiente para su población actual. Y se espera que esta crezca casi un 50 por ciento para 2060.

Laura Briefer, directora del Departamento de Servicios Públicos de Salt Lake City, dijo que la ciudad puede aumentar su suministro de agua de tres maneras: desviar más agua de los ríos y arroyos, reciclar más aguas residuales o extraer más agua subterránea de los pozos. Cada una de esas estrategias reduce la cantidad de agua que llega al lago. Pero sin esas medidas, la demanda de agua en Salt Lake City superaría el suministro para más o menos 2040, explicó Briefer.

La ciudad está tratando de conservar el agua. En diciembre pasado, dejó de emitir permisos para negocios que requieren una cantidad significativa de agua, como centros de datos o plantas embotelladoras.

Tuberías de agua destinadas a una nueva urbanización cerca de Salt Lake City
Laura Briefer, directora del Departamento de Servicios Públicos de Salt Lake City, dijo que si no se desvía más agua del Gran Lago Salado, el suministro de agua de la ciudad será inferior a la demanda en 2040.
El lago, cada vez más pequeño, visto desde el Parque Estatal de Antelope Island. A medida que el agua retrocede, la isla se ha convertido en una península.

Pero los líderes de la ciudad han evitado otra herramienta potencialmente poderosa: precios más altos.

De las principales ciudades de Estados Unidos, Salt Lake tiene una de las tarifas de agua por galón más bajas, según un informe federal de 2017. También consume más agua para uso residencial que otras ciudades del desierto: 96 galones por persona por día, el año pasado, en comparación con 78 galones en Tucson y 77 en Los Ángeles.

Si se cobra más por el agua, la gente usa menos, aseguró Zachary Frankel, director ejecutivo del Utah Rivers Council. “El precio impulsa el consumo”, agregó.

A través de un portavoz, la alcaldesa Erin Mendenhall, elegida en 2019 con la promesa de abordar el cambio climático y la calidad del aire, declinó dar una entrevista. En un comunicado, dijo que la ciudad considerará la fijación de precios como una forma de “enviar una señal de conservación más fuerte”.

Las casas de Salt Lake presumen de un césped exuberante y verde como un bosque, a pesar de la sequía. Y no siempre por elección.

En el barrio de Bluffdale, cuando Elie El kessrwany dejó de regar su césped en respuesta a la sequía, la asociación de propietarios amenazó con multarlo. “Intentaba hacer lo correcto para mi comunidad”, dijo.

Céspedes verdes aletargados, vistos antes de que comience la primavera, en Saratoga Springs, cerca del extremo sur del Wasatch Front.
Elie El kessrwany dejó de regar su césped durante la sequía, y fue amenazado con una multa. “Intentaba hacer lo correcto”, dijo.

El representante estatal Robert Spendlove, republicano, presentó un proyecto de ley este año que habría impedido que las comunidades exigieran a los propietarios dar mantenimiento al césped. Dijo que los gobiernos locales ejercieron presión en contra del proyecto de ley, que al final fracasó.

En la sesión legislativa estatal que finalizó en marzo, los legisladores aprobaron otras medidas que comienzan a atender la crisis. Financiaron un estudio de las necesidades de agua, facilitaron la compra y venta de derechos de agua y exigieron a las ciudades y pueblos que incluyeran el agua en su planificación a largo plazo. No obstante, los legisladores rechazaron propuestas que habrían tenido un impacto inmediato, como exigir que hubiera fregaderos y duchas ahorradores de agua en las casas nuevas o aumentar el precio del agua.

Lo que quizá depare el futuro

Keeler, Calif., once a thriving community on the shore of Owens Lake, emptied out after the lake disappeared. Only about 50 residents remain.

El peor escenario para el Gran Lago Salado no es hipotético ni abstracto. Más bien, está a la vista 966 kilómetros al suroeste, en un estrecho valle a las afueras de California, donde lo que solía ser un lago es ahora un desastre apenas contenido.

A principios del siglo XX, Los Ángeles, que crecía y se quedaba sin agua rápidamente, compró terrenos a lo largo del río Owens y construyó un acueducto que desviaba el agua del río 370 kilómetros al sur, hacia Los Ángeles.

El río había sido la principal fuente de agua de lo que antes era el lago Owens, que cubría más de 259 kilómetros cuadrados. El lago se secó y durante gran parte del siglo XX fue la peor fuente de contaminación por polvo de Estados Unidos, según un estudio realizado en 2020 por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina.

Cuando las tormentas de viento azotan contra el lecho del lago seco, levantan PM10, o partículas de 10 micrómetros o menos, que pueden alojarse en los pulmones al ser inhaladas y que se han relacionado con el empeoramiento del asma, los ataques cardiacos y la muerte prematura. La cantidad de PM10 en el aire alrededor del lago Owens ha sido hasta 138 veces superior a la considerada segura por la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos.

Las autoridades locales demandaron con éxito a Los Ángeles, argumentando que había violado el derecho a un aire limpio de las comunidades cercanas. Un juez ordenó a Los Ángeles que redujera el polvo. Eso fue hace 25 años. Desde entonces, Los Ángeles ha gastado 2500 millones de dólares para evitar que el viento arrastre el polvo del lecho del lago.

La ciudad ha probado diferentes estrategias: cubrir el lecho del lago con cascajo. Rociar el polvo con el agua suficiente para mantenerlo en su sitio. Labrar constantemente la tierra seca, creando crestas bajas para atrapar las partículas de polvo movedizas antes de que puedan ser transportadas por el aire.

Los Ángeles ha probado toda una serie de estrategias para evitar que el polvo salga despedido del lecho seco del lago Owens, como los aspersores y la vegetación.
Jim Macey se mudó a Keeler en 1980. Llamó a ese periodo, antes de que los funcionarios gastaran miles de millones tratando de controlar el lecho seco del lago, “el tiempo del polvo”.
Cascajo esparcido por una parte del lago Owens, otro esfuerzo para evitar que el polvo sea transportado por el aire.

El resultado es una mezcla entre una zona industrial y un experimento científico. En una mañana reciente, los trabajadores corrían por la vasta zona, revisando las válvulas y los aspersores que continuamente se tapan con arena. Cerca, en el interior de un complejo que parece un búnker, las paredes de las pantallas controlan los datos para alertar al equipo de 70 personas de la operación si algo va mal. Si el flujo cuidadosamente calibrado de los aspersores se interrumpe, por ejemplo, el polvo podría volver a volar rápidamente.

Los niveles de polvo cerca del lago a veces siguen superando las normas federales de seguridad. Entre el círculo de defensores nerviosos del Gran Lago Salado de Utah, el lago Owens se ha convertido en el ejemplo principal de los riesgos que implica no actuar con la suficiente rapidez y de los graves daños que se producirían si el lago se secara y el contenido de su lecho se dispersara en el aire.

En lo que era la orilla de lo que era el lago Owens está lo que queda de la ciudad de Keeler. Cuando el lago aún existía, era una ciudad en auge. Hoy consta de una escuela abandonada, una estación de tren abandonada, un almacén general cerrado desde hace tiempo, una oficina de correos que abre de las 10 a. m. al mediodía, y unos 50 residentes restantes que valoran su espacio, y tienen mucho.

“Tierra barata”, dice Jim Macey, cuando se le pregunta por qué se trasladó a Keeler en 1980. Describió esa época, antes de que Los Ángeles empezara a intentar mantener fuera del aire el lecho del lago, como “el tiempo del polvo”. Recordó haber visto cómo casas enteras desaparecían de la vista cuando soplaba el viento.

“Lo llamábamos la Nube de la Muerte de Keeler”, dijo Macey.

Christopher Flavelle se enfoca en cubrir cómo las personas, los gobiernos y las industrias tratan de enfrentar los efectos del calentamiento global. Recibió un premio de la Fundación Nacional de Prensa en 2018 por la cobertura de las luchas del gobierno federal para hacer frente a las inundaciones. @cflav


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