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El ‘March madness’ irrita a las personas altas

Dave Rasmussen ha aprendido a lidiar con los pequeños inconvenientes que la vida le presenta.

Rasmussen puede decirte cuánto espacio —en centímetros incluso— tiene un asiento en la fila de salida de emergencia en diferentes aviones comerciales. En una oportunidad, tuvo que solicitar que quitaran un panel del techo para poder usar una caminadora. Asiste al Milwaukee Auto Show para explorar la amplitud de los posibles autos de alquiler.

A estas alturas, Rasmussen, de 61 años, está preparado para lidiar con los extraños que lo miran boquiabiertos, le toman fotografías y formulan versiones de la misma pregunta que ha respondido durante toda su vida: ¿jugaste baloncesto?

Para personas excepcionalmente altas como Rasmussen, quien mide 2,18 metros, marzo puede llegar a ser el peor mes. Los torneos de baloncesto masculino y femenino de la NCAA captan la atención de los especialistas en las quinielas de la oficina. La lucha por entrar en la postemporada de la NBA se intensifica. Y las personas altas de todas partes, incluidas aquellas que nunca han lanzado un balón hacia una canasta, son arrastradas por la locura sin tener nada de culpa. Por ejemplo, Rasmussen es un especialista en tecnología de la información ya jubilado.

“Siempre me siento mal por esas personas”, dijo Cole Aldrich, un centro de 2,10 metros que jugó ocho temporadas en la NBA antes de retirarse en 2019. “Si eres alto, existe la creencia de que automáticamente debes ser bueno en baloncesto. Y si no lo eres, ¿qué diablos te pasa?”.

Mucha gente alta gravita hacia el baloncesto, el cual favorece a quienes tienen ventaja vertical porque están más cerca del aro y su longitud les ayuda a defender, bloquear tiros y anotar contra oponentes de menor estatura. Pero también existen millones de personas que pasan sus días agachándose al pasar por los marcos de las puertas y maldiciendo a los ventiladores de techo, y que no tienen nada que ver con el deporte.

En cualquier caso, la situación cansa. Si no me creen, pregúntenle (o mejor no) a Tiffany Tweed, una farmacéutica de hospital de 1,93 metros de Hickory, Carolina del Norte, quien es interrogada todo el tiempo. Por supuesto, están las preguntas sobre baloncesto pero, además, hay otras como: ¿Cuánto mide tu padre? ¿Cuánto mide tu madre? O: ¿podrías alcanzarme ese libro que está en la repisa superior?

Rasmussen, en el centro, durante un ensayo de un conjunto de cuerdas en un aula de la Universidad de Wisconsin-Milwaukee.Credit…Sara Stathas para The New York Times

Tweed jugó baloncesto cuando era más joven, pero ahora les dice a las personas que era bailarina y hace un giro de puntillas para demostrarlo (en realidad, nunca fue bailarina).

“Decidí que me iba a divertir un poco con la situación porque estoy cansada de responder las mismas preguntas de la misma manera”, dijo Tweed, de 37 años, quien tiene una popular cuenta de TikTok donde comparte las alegrías y los dolores de, por ejemplo, salir a comprar pantalones con una entrepierna de 94 centímetros. “Me encanta ser un modelo positivo para las chicas que son altas. Pero cuando llego a casa, lo que pienso es: ‘Por favor, déjenme en paz’”.

La jugadora promedio de la WNBA, que mide un poco más de 1,82 metros, supera por mucho en estatura a la mujer estadounidense promedio (1,61 metros). Los hombres estadounidenses que miden entre 1,82 y 1,87 metros —significativamente más altos que el promedio de 1,75 metros— tienen una probabilidad de cinco en un millón de llegar a la NBA, según El gen deportivo, un libro de 2013 escrito por David Epstein sobre la ciencia del rendimiento deportivo. Pero si ganas la lotería genética y mides 2,13 metros, tus posibilidades de llegar a la NBA son aproximadamente de 1 en 6. (Según NBA Advanced Stats, en la actualidad hay 38 jugadores activos que miden 2,13 metros o más; la estatura promedio de un jugador de la NBA es de 2 metros).

Sin embargo, la mayoría de las personas que miden más de 2,13 metros no son jugadores profesionales de baloncesto y deben lidiar con la incomodidad de verse obligadas a explicar sus elecciones de vida a extraños.

Daniel Gilchrist, de 40 años, jugó baloncesto en la Universidad Comunitaria del Condado de Johnson en Overland Park, Kansas, hasta que las lesiones lo obligaron a dejarlo. Su padre, Jim, lo había guiado hacia el deporte por razones obvias: Daniel medía 2,31 metros.

“En ese momento me molesté un poco con él por eso”, dijo Daniel Gilchrist. “Pero ahora que soy mayor, entiendo por qué quería que jugara. Y me alegra haberlo hecho, pero nunca fue algo que me apasionara”.

Gilchrist ahora sigue su pasión como actor y se le puede ver sobre el escenario en el Teatro Cívico de Topeka. El año pasado interpretó el papel de Lennie en un montaje de De ratones y hombres, lo cual describió como un sueño que había tenido toda su vida. También ha sido elegido para actuar en una película próxima a estrenarse… como Pie Grande. Gilchrist reconoce el largo proceso de aceptación que ha experimentado.

“Me tomó un tiempo”, dijo, “especialmente cuando era adolescente. Y todavía hay días en los que desearía pasar desapercibido. Pero hace mucho tiempo entendí que mis opciones eran aceptarlo o convertirme en un ermitaño”.

Rasmussen agachándose para pasar por la puerta de un estacionamiento. Es el miembro más alto de Tall Clubs International.Credit…Sara Stathas para The New York Times

Algunas personas de gran estatura se refieren a otras personas altas como “altos”. Pero los verdaderos altos suelen desconfiar de los falsos altos, como las mujeres con tacones de aguja. Kimberly Schmal, una funcionaria de los servicios públicos de Oak Harbor, Washington, de 1,80 metros de estatura, siente el impulso de investigar cada vez que ve a alguien alto.

“Así que te acercas y miras de cerca: ¿Lleva tacones? No. Solo es alta”, dice Schmal, de 38 años. “Y comienzas a conversar”.

De niña, Schmal era animadora. No quería jugar al baloncesto, ni al voleibol, una actividad afín al baloncesto. El problema para Schmal era que el entrenador de voleibol femenino de su instituto regentaba el Burger King local, y quería desesperadamente que ella entrara en el equipo.

“Se sentaba a nuestro lado en el mostrador y nos decía: ‘Voleibol, voleibol, voleibol’”, recuerda Schmal.

John Stewart, de 64 años, quien mide 2 metros y jugó baloncesto en el bachillerato y durante dos años en una escuela técnica, nunca se hizo ilusiones de tener un futuro en el deporte.

“¡Ningún cazatalentos me contactaba!”, dijo. “Simplemente, no tenía el talento”.

Desde entonces, Stewart ha pasado 46 años trabajando en una cantera cerca de su casa en Burlington, Carolina del Norte, donde se ha acostumbrado a que la gente comente sobre su estatura y le haga las preguntas habituales. A veces, por unos segundos fugaces, disfruta haciéndoles creer que jugó en la élite del baloncesto universitario o incluso en la NBA, hasta que les dice la verdad.

“No me molesta en absoluto”, dijo. “Son como mis 15 minutos de fama”.

Este verano, Stewart planea asistir a la convención anual de Tall Clubs International en un crucero por Alaska. Esa organización de personas altas tiene 38 sedes en Estados Unidos y Canadá. Hay requisitos de estatura: 1,87 metros para hombres y 1,77 metros para mujeres. Pero, más allá de eso, la membresía está abierta para todos, afirmó Bob Huggett, presidente de la organización, quien mide 2 metros.

“Lo único que tenemos en común”, dijo Huggett, “es que somos altos”.

Huggett tiene una respuesta preparada cada vez que alguien le pregunta si jugó baloncesto.

“No”, responde, “y tú, ¿jugaste minigolf?”.

En los últimos años, la membresía en muchas sedes ha disminuido, síntoma de una tendencia más amplia entre las organizaciones sociales. Nancy Kaplan, de 55 años, maestra de jardín de infantes jubilada de Albany, Nueva York, recordó lo mucho que se divertía como parte del Tall Club de la ciudad de Nueva York en la década de 1990. Nadie se le quedaba viendo. Nadie la señalaba. Y, sobre todo, nadie la acribillaba con preguntas acerca de medir 1,92 metros.

Nancy Kaplan, quien mide 1,92 metros, probó el baloncesto cuando era más joven, pero no le gustó. Se hizo profesora.Credit…Cindy Schultz para The New York Times

“Era tan maravilloso entrar a un gran salón de baile y que todos tuvieran tu estatura”, recordó. “Incluso podía usar tacones. ¡Tacones! En muchos de esos grupos, yo era la bajita”.

Por lo demás, Kaplan ha tenido que lidiar con su estatura “todos los días de mi vida”, reconoció. Cuando era niña, se burlaban de ella y le ponían apodos como “Big Bird”, el pájaro amarillo de Plaza Sésamo. El entrenador de baloncesto femenino de su bachillerato la presionó para que se uniera al equipo hasta que cedió, aunque ese experimento duró poco.

“Odio correr y odio sudar”, dijo. “Me la pasaba corriendo de un lado a otro de la cancha arreglándome el cabello”.

Dice que, como maestra, era examinada minuciosamente por sus colegas.

“Nunca eran los niños los que me decían: ‘Guau, eres altísima’”, dijo. “Eran los otros maestros y el personal los que hacían comentarios: ‘Eres demasiado alta para enseñar en el jardín de infancia. ¿Cómo te sientas en sus sillitas?’. Es muy doloroso e hiriente que alguien se te acerque y simplemente haga un comentario sobre tu estatura”.

Puede compartir estas ideas con su hermana menor, Anita Kaplan, de 49 años, quien mide 1,95 metros y describió algunos momentos complicados de su propia vida, como cuando entra a un baño público.

“Las mujeres, con su visión periférica, te ven entrar y te dan una mirada bien específica por una fracción de segundo”, afirmó Anita Kaplan. “Y sabes exactamente lo que están pensando: ‘¿Qué hace este hombre aquí?’”.

Nancy Kaplan contó que la única vez que se sintió plenamente percibida como mujer fue cuando estaba embarazada.

A diferencia de su hermana mayor, Anita Kaplan fue atraída al vórtice del baloncesto por su padre, Allen, un optometrista de 2 metros que percibió su potencial. Entrenó en el patio frontal de su casa familiar, donde buscó compensar su falta de destreza —“No soy atlética, ni siquiera un poco”, aseveró— con pura fuerza de voluntad. Su cariño por el deporte creció junto con su reputación.

“Me llamaban ‘el Camión’”, dijo Kaplan. “Y pude estar rodeada de hombres altos. Tenía un motivo oculto”.

Kaplan, a la derecha, tomaba el pedido de una clienta en Pearl’s Bagels and Bakery de Albany, Nueva York.Credit…Cindy Schultz para The New York Times
Anita Kaplan anotando en un juego de Stanford contra Southern Methodist en 1995.Credit…Otto Greule Jr./Allsport vía Getty Images

Kaplan llegó a jugar en la Universidad de Stanford, donde fue una deportista premiada, y luego jugó a nivel profesional durante varias temporadas. Hoy, como madre de tres hijos adolescentes (dos de los cuales miden más de 1,82 metros), tiene sentimientos más matizados sobre su estatura. Dice que le encantó jugar baloncesto, pero también tiene la experiencia vivida de sobresalir siempre, de no poder esconderse nunca. La gente se le acerca todo el tiempo para preguntarle si jugó baloncesto. Pero ella siempre les responde que no.

Steve Dexter, de 67 años, está tan cansado de que le pregunten sobre el baloncesto que suele decir que jugó en la Universidad de Oklahoma. Lo cierto es que Dexter, quien mide 2 metros, nunca jugó ese deporte.

“Los deportes no eran lo mío”, dice Dexter, que vive en Laguna Beach, California. “Yo era una especie de nerdo”.

Hoy en día, como inversor inmobiliario y autor, Dexter cree que su estatura física es una ventaja y cita investigaciones que sostienen que las personas altas son consideradas “más dignas de confianza y con más autoridad”.

Rasmussen, que con sus 2,18 metros de estatura es el miembro más alto de Tall Clubs International, recuerda que hace muchos años se reunió con unos amigos en un mitin político en Milwaukee. Después, unos agentes del Servicio Secreto se le acercaron para preguntarle si estaba interesado en hacer labores de vigilancia. Fue un cambio respecto a las preguntas habituales.

“Creo que pensaron que si me vestía como un tonto, nadie sospecharía de mí”, dijo Rasmussen. “Pero nunca lo volví a contactar”.

En su jubilación, Rasmussen se ha mantenido activo. Nada, monta en bicicleta y toca el violín y la viola en cuartetos y una orquesta.

En los ensayos se sienta en un taburete alto en la última fila, donde disfruta del hecho de formar parte de algo más grande que él mismo.

Scott Cacciola cubre deportes para el Times desde 2013. @scottcacciola


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