El secreto de la barra de Catar
DOHA, Catar — A la mitad del segundo tiempo del partido de Catar contra Senegal en la Copa del Mundo, se detuvieron los sonidos de tambores cuando un hombre con sombrero de cubo y lentes de sol se puso de pie y pidió silencio.
Momentos antes, una sección del público —más de 1000 personas, casi todos hombres, todos con camisetas idénticas de color granate con la palabra “Catar” en inglés y árabe— había coreado al unísono bajo la dirección de cuatro líderes de la hinchada. Sin embargo, de pronto, el mar de hombres comprendió lo que se esperaba, cumplió la orden y se sumió en un extraño silencio mientras el ruido del partido se arremolinaba a su alrededor dentro del estadio Al Thumama.
Entonces, se realizó una señal y la multitud volvió a estallar.
“¡Juega, el granate!”, coreaban una y otra vez en árabe, para referirse al sobrenombre de la selección nacional de Catar. Los hombres enlazaron los brazos en largas filas y saltaron. El suelo se sacudía debajo de ellos.
La escena recordaba más a los estadios de fútbol de Sudamérica y Europa que a los de Catar y la sección que alentaba evocaba a las de los ultras o las barras, una cultura muy organizada de fanáticos al fútbol con raíces en Italia que puede encontrarse en todo el mundo, incluidos el norte de África y el Medio Oriente.
De eso se trataba. El ruido de los aficionados llenó el estadio, como lo había hecho cinco días antes, durante el primer partido de Catar contra Ecuador. Su número transmitía fuerza. Su implacable energía era contagiosa. Sin embargo, el arte corporal en muchos de ellos los delataba.
Los tatuajes, los cuales son muy raros y mal vistos en la sociedad del golfo Pérsico, parecían sugerir que los aficionados no eran cataríes. Entonces, ¿quiénes eran? ¿De dónde provenían?
Un sonido importado
El plan se gestó a principios de 2022, cuando por fin se pudo vislumbrar el Mundial. A Catar lo habían asediado las críticas desde que obtuvo los derechos para ser la sede de la Copa del Mundo: porque fue gracias a una votación corrupta, por su trato a los trabajadores migrantes, por la capacidad del diminuto país para recibir y albergar a más de un millón de visitantes. Sin embargo, en el fondo también había otra crítica en común: que el país no tenía una cultura del fútbol.
Catar nunca había clasificado a un Mundial por sus propios méritos. La Liga de las Estrellas de Catar es una de las más ricas de la región, con estadios de última generación con aire acondicionado. No obstante, los espectadores de los equipos como el Al Sadd y el Al Rayyan suelen rondar los cientos y no los miles. Los organizadores se preguntaron: ¿quién llenará los estadios cuando juegue Catar? ¿Quién pondrá la banda sonora?
La respuesta: aprovechar una cultura de ultras que ya era fértil en la región e importarla.
Sin embargo, esa misma cultura no encaja con la realidad comercializada del Mundial de Catar. El código de la cultura de los ultras es antagónico y profundamente contestatario y está en constante conflicto con la policía y los medios de comunicación. En el Medio Oriente y el norte de África, los ultras también han tenido influencia política: los ultras egipcios desempeñaron un papel clave en la Primavera Árabe de 2011 que derrocó al presidente Hosni Mubarak y tenían tal poder y popularidad en las calles que uno de los sucesores de Mubarak, Abdulfatah el Sisi, los prohibió tras llegar al poder con un golpe de Estado.
Los cánticos creados en las gradas de Túnez, Argelia, Marruecos y Líbano también han sido la banda sonora de protestas antigubernamentales. No obstante, dentro de los estadios, pueden llenar de pasión, color y sonido hasta los espacios más estériles.
Por lo tanto, en abril se organizó un evento de prueba en Beirut, la capital de Líbano. Cientos de estudiantes libaneses y aficionados de un club local, el Nejmeh, fueron reclutados para realizar un video a manera de prueba de concepto en el estadio Ciudad Deportiva Camille Chamoun, donde recrearon el ambiente que puede producir un grupo de ultras. El video muestra a cientos de hinchas mientras entonan cánticos, despliegan pancartas y encienden juegos pirotécnicos.
Habían llevado a un capo, término utilizado para designar a un aficionado que dirige los cánticos, del principal grupo de ultras del club turco Galatasaray para que organizara. El Galatasaray también había sido identificado a propósito, pues es una de las escenas ultras más respetadas del mundo. Sin embargo, los libaneses dijeron que no necesitaban supervisión.
“¡No! ¡Ya se los demostramos!”, dijo el viernes un ultra libanés. Se negó a dar su nombre completo, una práctica habitual en la escena ultra y se indignó ante la idea de que le tuvieran que enseñar a organizar una barra. Mencionó que los ultras turcos “iban a venir a Catar, pero los sorprendimos; llevamos mucho tiempo haciendo esto”.
El video impresionó a la gente adecuada en Doha. De boca en boca, se les ofreció un acuerdo extraordinario a los jóvenes aficionados libaneses: vuelos, alojamiento, entradas para los partidos y comida gratis, además de un pequeño salario, para llevar un poco de la cultura ultra a los partidos de la Copa Mundial de Catar. Los aficionados llegaron a mediados de octubre para ensayar sus coreografías y cánticos recién escritos.
Y para aprenderse el himno nacional de Catar.
Asistir al torneo iba a ser una experiencia fuera del alcance de la mayoría de los aficionados ordinarios del mundo árabe. Líbano, por ejemplo, está sumido en una profunda crisis económica. Según el Banco Mundial, el desempleo juvenil alcanza el 30 por ciento. Miles de ciudadanos están huyendo del país. Sin la ayuda de Catar, casi ninguno de los hombres que llevan camisetas granates habría podido permitirse asistir a los partidos en el Golfo.
Ir a un Mundial es un sueño, dijo el ultra libanés. Sin embargo, al esfuerzo no solo se unieron aficionados libaneses: en el grupo de unos 1500 aficionados también había egipcios, argelinos y algunos sirios. El ultra comentó que el dinero no fue el único motivador.
“Es nuestro deber apoyar a un país árabe”, mencionó. “Compartimos el mismo idioma. Compartimos la misma cultura. Somos dedos de la misma mano. Queremos mostrar al mundo algo especial. Verán algo especial”.
En las gradas
El viernes, para cuando empezó el partido en el estadio Al Thumama, los 1500 hinchas que adoptó Catar se habían reunido en su sección designada detrás de uno de los arcos con camisetas idénticas de color granate: decían Catar en la parte delantera, “Todo por Al Annabi” en la trasera. Sonó el himno nacional y los hinchas lo cantaron como si fuera suyo. Cuando terminó, los capos libaneses hicieron sonar sus tambores y dirigieron a los ultras para que reprodujeran un trueno islandés.
“Los cataríes en realidad no apoyan al equipo así”, dijo Abdullah Aziz al-Khalaf, un director de recursos humanos catarí de 27 años que estaba de pie en el vestíbulo viendo la actuación de los hinchas con una mezcla de orgullo y desconcierto. “Porque en Catar no vamos mucho a los partidos”.
Otro catarí, un estudiante de 16 años y aficionado del Al Rayyan, Ali al-Samikh, aprobó el ambiente. “Me gusta”, dijo. “¡Es emocionante!”.
¿Le gustaría estar allí?
“No, no quiero”, respondió, moviendo la cabeza con una tímida sonrisa.
Los organizadores de la Copa del Mundo de Catar no respondieron a las preguntas sobre los aficionados ni sobre los esfuerzos para identificarlos y llevarlos al torneo. Un hombre que llevaba una camiseta polo con el logotipo de Aspire Academy, el multimillonario proyecto de cultivo de talentos de Catar, grabó a la multitud durante los 90 minutos del partido.
Pero la pasión se sintió real. Y la decepción también cuando Senegal marcó dos goles. En la tribuna, cada cierto número de filas, los líderes de la hinchada estaban vestidos con camisetas blancas y gritaban e instaban a los fieles a cantar más fuerte, imitando un fenómeno que se ve a menudo en los ultras de Italia, Alemania y Marruecos: cantar más fuerte y hacer más ruido cuando se está perdiendo. Los tambores sonaron más fuerte y volvieron los cánticos.
Todo el público, no solo los que estaban detrás del arco, por fin despertó cuando Mohammed Muntari marcó el primer gol de Catar en un partido mundialista. Sin embargo, no todo el mundo se enteró: en medio de las celebraciones vibrantes, un guardia de seguridad se apresuró a ir al frente en un esfuerzo fallido por pedirles a los hinchas que se sentaran. No obstante, la alegría duró poco, pues Senegal marcó el tercer gol. El partido terminó 3-1. Unas horas más tarde, Catar se convirtió en la primera nación eliminada de este Mundial.
“Estoy descontento, por supuesto”, dijo Ahmed, un egipcio. Se había unido al grupo en el partido, y llevaba la misma camiseta distintiva de color granate, pero dijo que en realidad vive en Catar.
“Somos un grupo de gente árabe que trabaja aquí, para apoyar a Catar, dijo, y añadió: “Si estuviéramos trabajando en Inglaterra, también apoyaríamos a Inglaterra”.
La multitud se deshizo. Los ultras cataríes solo estuvieron aquí para la fase de grupos. La mayoría de ellos hicieron las maletas y volarán a casa, al Líbano, tras el último partido de Catar, que perdieron contra Países Bajos. Antes de irse, llevaron su estruendo una última vez, con sentimiento.
“El próximo partido”, dijo Ahmed antes del partido final, “estoy seguro de que ganaremos”.
Randa Saidi colaboró con este reportaje.
James Montague es el autor de 1312, un relato de la cultura ultra en todo el mundo.