Con fuerza bruta y acero, una artista crea obras de belleza efímera
El arte del oficio es una serie sobre artesanos cuya labor alcanza niveles de arte.
Un día de verano de 2018, Blanka Amezkua llegó a San Salvador Huixcolotla. El pueblo del sureste mexicano es más conocido como el lugar donde nació el papel picado —esas ristras de banderillas coloridas de papel tisú labradas de forma intrincada que son populares en las festividades mexicanas— y Amezkua había ido con la esperanza de aprender las técnicas centenarias para producirlo. Paró un taxi y le preguntó al conductor si sabía de casualidad alguien que hiciera estas banderillas. El hombre la llevó con René Mendoza quien, de pura casualidad, era un maestro del oficio. Luego de hablar con Amezkua durante más de cinco horas, Mendoza accedió a enseñarle la tradición del oficio.
El papel picado tiene sus raíces en las épocas precolombinas, cuando los pueblos indígenas náhuatl de México producían papel amate a partir de la corteza de las moreras y los árboles de higo, dijo Marcelo Alejandro Ramirez Garcia-Rojas, curador del Museo Internacional de Artes y Ciencia en McAllen, Texas. A partir del siglo XVI, dijo, “los misioneros españoles se familiarizaron profundamente con las tradiciones precolombinas en un esfuerzo por combatirlas y convertir a las poblaciones locales. Así, las prácticas como la producción de amate fueron desalentadas e incluso prohibidas. Los españoles también empezaron a importar papel de China, un delicado papel tisú que a menudo se usaba para envolver otros bienes.
Esta confluencia llevó a la creación del papel picado que se usa hoy para decorar una variedad de celebraciones de la cultura mexicana, entre las cuales destaca el Día de Muertos, cuando se coloca en las ofrendas y altares a los seres queridos fallecidos. Se dice que el movimiento del papel es señal de la presencia de los muertos y que el delicado material simboliza lo efímera que es la vida.
Blanka Amezkua en su casa en el sur del Bronx
El Día de los Muertos “es mi día festivo favorito”, dijo Amezkua, de 53 años. Nacida en México, migró a California con sus padres cuando tenía 5 años y luego volvió al país a los 10, y pasó gran parte de su adolescencia con sus abuelos y muchas tías en Cuernavaca, una ciudad que queda a unas cuatro horas en coche al oeste de San Salvador Huixcolotla. (Sus padres se quedaron en California, donde trabajaban en las granjas algodoneras). Los sábados, Amezkua se libraba de las tareas de la casa acompañando a su abuelo al mercado local. Mientras él compraba la comida cada semana, Amezkua examinaba con detenimiento el laberinto de vendedores de fruta, textiles o frascos usados.