El Sínodo del Vaticano atrae a todo tipo de asistentes, bienvenidos o no
Estos días, en Roma hay una variopinta concurrencia de católicos.
Una mujer excomulgada vestida con el atuendo rojo de los obispos avanza hacia el Vaticano detrás de una procesión de mujeres aspirantes a sacerdotisas. Guerreros culturales conservadores se presentan en teatros con diatribas extensas contra el papa Francisco ante un público conformado por cardenales marginados y exorcistas sentados en butacas de terciopelo. La lideresa defensora del derecho al aborto de Catholics for Choice toca las puertas del Vaticano. Una reunión de progresistas esta semana incluye paneles con títulos como “Patriarcado, ¿dónde comenzó todo?”.
Todos han llegado a la capital italiana con la esperanza de ser el centro de atención junto con una asamblea de gran importancia de más de 400 obispos y católicos laicos, convocados por el papa Francisco para hablar de temas vitales para el futuro de la Iglesia como la ordenación de diaconisas, el celibato del clero, la bendición de las parejas homosexuales, entre otros.
El menú de temas sustanciosos de la reunión confidencial del Vaticano, conocida como el Sínodo sobre la Sinodalidad, ha atraído a activistas católicos, guerreros culturales y grupos de intereses especiales de todas las ideologías. El resultado es una visión de una Iglesia, al estilo del “aquí vienen todos” de James Joyce, que refleja todas las gradaciones de la fe y todos los puntos de tensión y división en un espectro católico muy amplio.
“La gente está participando y eso es genial”, dijo Tom Reese, observador veterano del Vaticano y analista principal de la agencia de noticias Religion News Service. “El peligro es que todos estos grupos decidan pelear entre sí. La Iglesia es una familia, pero a veces en la cena nos tiramos la comida”.
El desorden ya está comenzando.
Miriam Duignan, lideresa de la Conferencia de la Ordenación de Mujeres, comentó que a su agrupación le preocupaba tanto que los conservadores trataran de bloquear sus eventos que mantuvo en secreto la sede de su primera reunión en Roma, en una basílica dedicada a Santa Práxedes, una mujer de la antigua Roma que cuidaba de los cristianos perseguidos.
“Hay un cierto tipo de hombre que busca refugio del mundo moderno en la Iglesia católica como bastión de supremacía masculina”, señaló. “De verdad temen que las mujeres marchen hacia el Vaticano”.
El viernes, casi lo logran.
Las integrantes del grupo, vestidas de morado, algunas con estolas, insignias o vestidos cruzados que decían “Ordenen a las mujeres”, se reunieron al pie de las escaleras de una iglesia del siglo XVI que resguarda una reliquia de la figura bíblica Santa María Magdalena. Sus dirigentes, que han sido arrestadas en varias ocasiones en los últimos 20 años, destacaron a su escolta policial.
Este año, obtuvieron un permiso para manifestarse frente al Castillo de Sant’Angelo, un monumento emblemático que está en la misma calle que la Basílica de San Pedro. Pero de camino hacia allá, no se les permitió portar carteles ni protestar.
“Solo somos peregrinas que caminan en silencio, siguiendo los pasos de Santa María Magdalena, cuyo pie izquierdo está justo detrás de mí”, describió Duignan.
Habían decidido que era más prudente que una mujer, ataviada con túnicas rojas y una mitra de fieltro hecha en casa, se mantuviera unos pasos detrás de ellas.
“Soy obispa”, afirmó Gisela Forster, teóloga y profesora alemana y una de las “Siete del Danubio”, un grupo de mujeres que fueron ordenadas de manera extraoficial por un exobispo independiente en el río Danubio en 2002, y un año después fueron excomulgadas oficialmente por la Iglesia.
Forster puntualizó que el grupo que avanzaba hacia el Vaticano incluía a muchas mujeres a quienes ella había ordenado personalmente, pero ellas le pidieron que mantuviera su distancia cuando la policía les advirtió que su atuendo violaba la política contra los carteles y las pancartas.
Ella no se lo tomó a pecho y se mantuvo a una veintena de metros detrás de la procesión.
“Mira a esta”, dijo un taxista divertido cuando ella cruzaba la calle.
“¡Deberías ser papa!”, comentó un turista que comía pizza.
Bajo la escultura de un ángel que sostiene los clavos de la crucifixión en el abarrotado puente Sant’Angelo, Forster expresó su escepticismo sobre que se produzca un cambio significativo en el sínodo, que se reunirá de nuevo el año entrante.
“Francisco es el tipo de los eventos. Le gustan mucho”, dijo y agregó: “No es un papa para los problemas, el abuso, el celibato, las mujeres. Cuando muera, nadie lo va a recordar. Es muy triste porque puede hacer tanto”.
Los conservadores esperan que Forster tenga razón.
La semana pasada, el líder de facto de la oposición conservadora a Francisco acaparó la atención en una audiencia realizada en un teatro ubicado frente al Vaticano.
En un recinto más adecuado para un homenaje a Barbra Streisand, las luces apuntaron al solideo escarlata del cardenal Raymond Burke, un archiconservador a quien Francisco ha expulsado de sus cargos eminentes en el Vaticano una y otra vez a lo largo de la última década.
En un evento llamado “La Babilonia sinodal”, leyó un largo discurso que lo retrataba a él y a sus aliados como defensores de la doctrina de la Iglesia contra un sínodo que a su parecer no era nada más que una fachada política para que Francisco pudiera hacer cambios progresistas.
Después, los medios de comunicación se agolparon a la salida del teatro. “Burke es el Taylor Swift de los cardenales”, dijo un camarógrafo con un cigarrillo colgando de los labios.
Los seguidores del cardenal, y los enemigos del sínodo, también estuvieron presentes. El reverendo Tullio Rotondo, un exorcista que fue suspendido por insinuar que Francisco era un hereje, se refirió al cardenal como “un punto de referencia en estos años”.
Michael Haynes, reportero del Vaticano para LifeSiteNews, el sitio web católico ultraconservador en América del Norte, comentó que sus colegas iban a cubrir de cerca el sínodo y que más de ellos “vienen en camino”.
Maria Guerrieri, de 77 años, que salió con sus amigas luego de la presentación, dijo que el sínodo era “lo más perverso que hay” y “una revolución protestante 500 años después”.
Los liberales que llegaron a Roma para celebrar un sínodo alternativo al final de esta semana piensan que ya es tiempo de una revolución.
Se esperaba que escucharan ponencias de alemanes que se opusieron a la desaprobación del Vaticano de las bendiciones a las parejas homosexuales, y de Mary McAleese, la expresidenta de Irlanda y, según el programa, una “destacada voz crítica de la Iglesia católica que nos instruirá” sobre una lista de temas demasiado larga para mostrar aquí.
También estaba en el programa la hermana Joan Chittister, a quien Duignan describió como “una monja superfamosa en Estados Unidos: Oprah la entrevistó”.
Otros activistas arguyeron que todo este partidismo opaca el verdadero problema.
“Lo único que van a oír en el sínodo es de la brecha entre conservadores y liberale”, les dijo a los reporteros en una conferencia de prensa Peter Isely, miembro fundador del grupo de defensa Ending Clergy Abuse. “Es una falsa brecha. La línea de división real es: ¿Van a frenar el abuso infantil en la Iglesia católica o no?”.
Pero quizá ningún otro activista en la periferia del sínodo camina por una cuerda más tensa que Jamie Manson, quien se identifica como queer, siente el llamado al sacerdocio y lidera el grupo por el derecho al aborto Catholics for Choice.
El jueves en la mañana, se arriesgó a que la detuvieran por desplegar un letrero que decía: “Las católicas devotas también abortan” en el puente Sant’Angelo frente al Vaticano.
“Lo puedo confirmar”, dijo sobre su misión imposible. Y acerca del Vaticano y los conservadores, afirmó: “Sí, sin duda no les alegra que estemos aquí”.
Le alegraba que la aceptación de personas LGBTQ y la ordenación de diaconisas fuera parte de la agenda del sínodo. Pero, al igual que algunos guerreros culturales conservadores, ella también opinó que no se le había prestado suficiente atención al tema del aborto, aunque por motivos totalmente distintos.
“Hay muchas más mujeres, y mujeres católicas, practicándose abortos que personas católicas en la comunidad LGBTQ o incluso mujeres llamadas al sacerdocio”, afirmó.
Reconoció que era un tema en el que la mayoría de prelados y obispos liberales no toleraban ninguna discrepancia. Recordó que Francisco había comparado hacerse un aborto con contratar un sicario.
No obstante, quería entregar al despacho del cardenal encargado del sínodo una nota personal y un libro con las historias de católicas que se habían sometido a abortos.
“¿Qué viene a hacer?”, preguntó el portero adormilado del edificio del Vaticano.
“Este libro”, intentó decir Manson, en italiano.
Cuando dijo “sínodo”, el portero replicó que ahí no había nadie: todos estaban detrás de las murallas del Vaticano, reunidos en un gran salón. Allá tenía que ir.
“Que tenga un buen día y buen trabajo”, dijo el hombre.
“¿No puedo dejar esto?”, preguntó ella.
“No, no, no”, dijo él, alzando las manos. “No, no”.
Jason Horowitzes el jefe de la corresponsalía del Times en Roma y cubre Italia, el Vaticano, Grecia y otras partes del sur de Europa. Anteriormente cubrió la campaña presidencial de 2016, el gobierno de Obama y el Congreso, con énfasis en perfiles y reportajes políticos. Más de Jason Horowitz