La mitad de los habitantes de Gaza corre riesgo de morir de hambre, advierte la ONU
Los cuatro hijos de Walaa Zaiter han pasado hambre durante semanas, pero ella apenas puede conseguirles comida.
Piden sándwiches, jugo de fruta y platos caseros palestinos como los que ella solía cocinar antes de que empezara la guerra. Una vez, en un momento fugaz de acceso a internet, dijo, sorprendió a los niños acurrucados alrededor de su teléfono para ver un video de YouTube de alguien que comía papas fritas.
Lo máximo a lo que pueden aspirar estos días, según contó en una reciente entrevista telefónica, es a una lata de chícharos, un poco de queso y una barrita energética que Naciones Unidas distribuye a manera de raciones familiares una vez a la semana en Rafah, ciudad del sur de Gaza a la que huyeron a principios de diciembre para escapar de los bombardeos israelíes más al norte. No es suficiente para alimentar a su familia de siete integrantes.
“Es una lucha diaria”, dijo Zaiter, de 37 años, cuyos hijos tienen entre 9 meses y 13 años de edad. “Te sientes presionada y desesperada, y no puedes aportar nada”.
La guerra de Israel en Gaza ha provocado una catástrofe humanitaria: la mitad de la población, unos 2,2 millones de personas, corre el riesgo de morir de hambre y el 90 por ciento afirma que regularmente pasa un día entero sin comer, según un informe reciente de Naciones Unidas.
Arif Husain, economista jefe del Programa Mundial de Alimentos, declaró que el desastre humanitario de Gaza era uno de los peores que había visto. El territorio parece presentar al menos los primeros criterios de una hambruna, ya que el 20 por ciento de la población se enfrenta a una carencia extrema de alimentos, afirmó.
“Llevo haciendo esto unos 20 años”, dijo Husain. “He estado en casi todos los conflictos, ya sea en Yemen, en Sudán del Sur, en el noreste de Nigeria, en Etiopía, en todas partes. Y nunca he visto nada como esto, tanto en términos de su escala, su magnitud, sino también en el ritmo al que se ha desarrollado”.
Eylon Levy, portavoz del gobierno israelí, afirmó que Israel no obstaculizaba la ayuda humanitaria y culpó a Hamás, el grupo palestino que gobierna Gaza, de cualquier escasez. Acusó a Hamás de apropiarse de parte de la ayuda para sus propios fines. No aportó pruebas, pero funcionarios occidentales y árabes han afirmado que se sabe que Hamás dispone de grandes reservas de suministros, como alimentos, combustible y medicinas.
La guerra comenzó el 7 de octubre, después de que Hamás atacó Israel y asesinó a unas 1200 personas, según autoridades israelíes. Como represalia, Israel lanzó un devastador bombardeo aéreo sobre el pequeño y empobrecido enclave, seguido de una invasión terrestre que ha desplazado aproximadamente al 85 por ciento de la población.
Más de 20.000 palestinos han muerto en la guerra, según el Ministerio de Salud de Gaza, y esta ha destruido gran parte de la infraestructura civil y la economía del territorio. Israel también ha impuesto un asedio a Gaza desde hace meses, al cortar casi todo el suministro de agua, alimentos, combustible y medicamentos.
Philippe Lazzarini, comisionado general de la agencia de las Naciones Unidas que ayuda a la población palestina, declaró que hace poco vio cómo gazatíes terriblemente hambrientos detenían los camiones de ayuda de la organización en Rafah, saqueaban los suministros de alimentos y los devoraban en el mismo lugar.
“Fui testigo de primera mano”, dijo en una conferencia de prensa en Ginebra dos días después de visitar Rafah, en el extremo sur de Gaza. “Vayas donde vayas, la gente está hambrienta, desesperada y aterrorizada”.
Human Rights Watch ha acusado a Israel de castigar colectivamente a los civiles de Gaza por las acciones de Hamás y de “usar la inanición de los civiles como método de combate”. Ambos son posibles crímenes de guerra.
“Durante más de dos meses, Israel ha estado privando a la población de Gaza de alimentos y agua, una política alentada o respaldada por altos funcionarios israelíes y que refleja la intención de matar de hambre a la población civil como método de guerra”, señaló Omar Shakir, director para Israel y Palestina de Human Rights Watch.
“Los líderes mundiales deberían pronunciarse contra este abominable crimen de guerra, que tiene efectos devastadores en la población de Gaza”, afirmó.
Al principio de la guerra, las autoridades israelíes prometieron negar la ayuda humanitaria a Gaza.
“He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza: no habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado”, dijo el 9 de octubre el ministro de Defensa, Yoav Gallant. “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”.
Durante las dos primeras semanas no se permitió la entrada de nada. Después empezaron a llegar algunas provisiones, pero no se permitió la entrada de combustible hasta el 18 de noviembre.
En las últimas semanas, Israel ha permitido la entrada a Gaza de entre 100 y 120 camiones al día, según Guillemette Thomas, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en Jerusalén. Esta cifra sigue siendo muy inferior a los 500 camiones diarios que entraban antes de la guerra y está muy por debajo de lo que se necesita, dijo.
Levy, el portavoz del gobierno, rechazó recientemente la idea de que Israel impidiera o ralentizara el flujo de ayuda.
“Rechazamos categóricamente las acusaciones despreciables y difamatorias de que Israel está obstruyendo de algún modo el suministro de ayuda humanitaria a Gaza”, declaró el 20 de diciembre.
“Si quieren que lleguen más alimentos y agua a Gaza, deberían enviar más alimentos y agua a Gaza”, añadió, refiriéndose a los grupos internacionales de ayuda. “Y mientras envían más ayuda, deberían condenar a Hamás por secuestrar las entregas de ayuda y desviarlas hacia sus combatientes. Su silencio es vergonzoso. No aceptaremos que funcionarios internacionales desvíen la culpa hacia nosotros para encubrir el hecho de que están encubriendo a Hamás”.
Pero Lazzarini dijo el viernes que culpar a la comunidad internacional por la falta de ayuda en Gaza era “información errónea sin fundamento”. Dijo que las entregas estaban “limitadas en cantidad y plagadas de obstáculos logísticos” impuestos por Israel.
Entre ellas figuran un complicado y largo proceso de verificación, la prohibición de entregar productos comerciales en mercados y empresas privadas, y el acceso restringido a gran parte de Gaza, ya sea por los ataques aéreos, los combates o los puestos de control militares israelíes.
Gaza entró muy rápidamente en una catástrofe humanitaria al comenzar la guerra porque ya llevaba muchos años sumida en una profunda crisis.
Israel y Egipto impusieron un bloqueo al territorio después de que Hamás tomó el poder en 2007, lo que en gran medida aisló la actividad económica de Gaza del mundo exterior. El bloqueo hizo que hasta el 80 por ciento de los gazatíes dependieran de la ayuda humanitaria incluso antes de la guerra, según Naciones Unidas.
Azmi Keshawi, analista de la organización de investigación International Crisis Group, afirmó que aunque Israel diga que no considera su guerra como dirigida contra la población de Gaza, son los civiles quienes pagan el precio más alto.
“Nuestra pesadilla diaria es ir a buscar comida”, dijo Keshawi, quien huyó de su casa en la ciudad de Gaza, en el norte, y ahora vive en una tienda de campaña en una acera de Rafah con sus hijos. Uno de ellos, dijo, resultó herido por un ataque aéreo israelí.
“No se puede encontrar harina”, dijo. “No se puede encontrar levadura para hacer pan. No se puede encontrar ningún tipo de alimento: tomates, cebollas, pepinos, berenjenas, limón, jugo de naranja”.
Cuando se encuentran alimentos a la venta, dijo, los precios se han disparado. En Rafah, un costal de harina que antes de la guerra podía costar 13 dólares se vende ahora entre 138 y 165 dólares.
Miles de personas desplazadas que huyeron a Rafah, una de las pocas zonas de Gaza denominadas seguras en la actualidad, ahora tienen dificultades para pagar una lata de atún, que antes costaba menos de 30 centavos de dólar y ahora cuesta más de 1,50 dólares, o una lata de carne en conserva, que antes costaba alrededor de 1,40 dólares y ahora cuesta más de 5,50 dólares, dijo.
“Estas personas salieron de casa sin dinero”, dijo Keshawi. “Sobrevivir se convierte en un reto”.
Tahrir Muqat, de 46 años, dijo que había huido de su casa en la ciudad de Gaza y ahora vivía con cuatro familiares, incluido un bebé, en una escuela del campo de refugiados de Maghazi, en el centro de Gaza. Prácticamente no hay agua potable, y en las raras ocasiones en que se abre, la gente la acumula en la taza del retrete y bebe de ahí, explicó.
Todos los días espera en fila durante horas para recibir dos paquetes de queso feta y tres galletas de los trabajadores humanitarios de un refugio. Luego, ella y sus parientes van de puerta en puerta por las casas en ruinas atestadas de personas desplazadas, mendigando sobras.
“La mayoría de las veces nos dicen ‘¡No!’, con comentarios ofensivos como ‘¡Vuelvan a la ciudad de Gaza! ¡Todo se ha vuelto demasiado caro desde que ustedes llegaron!’”, dijo Muqat.
Dijo que una vez vio a unos niños comiendo tomates podridos que habían encontrado en la calle.
El mes pasado, dijo, un ataque aéreo impactó cerca mientras estaban pidiendo limosna. Su hija, Nasayem, veinteañera, recibió metralla en su pierna, brazo, pecho y espalda. Hay poca medicina para tratarla y no hay calefacción en su refugio para combatir el frío del invierno. Y las heridas la han hecho sentir más agotada y apática. Pero Nasayem está enfocada en proteger a su bebé, dijo su madre.
“Cuando hace frío, le duele más”, dijo Muqat sobre su hija la semana pasada. “Hoy se durmió temprano y dijo que mañana por la mañana saldrá a buscar comida para su bebé”, añadió. “Tiene que hacerlo”.
Roni Rabiny Jonathan Reiss colaboraron con reportería.
Liam Stack es un reportero del Times que cubre la cultura y la política de la región de la ciudad de Nueva York. Más de Liam Stack
Gaya Gupta es periodista becaria de la sección Live de The New York Times. Más de Gaya Gupta