Los feligreses de una comunidad quieren demoler su iglesia, pero un sacerdote intenta salvarla
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Gérard Tsatselam abordó el ferri y se instaló en su lugar habitual, en un asiento reclinable, al fondo de una sala helada y oscura que habría estado llena si fuera verano. Intranquilo, se sentó enfundado en su enorme abrigo negro mientras una ráfaga de viento fuerte invernal retrasaba la llegada del bote al pueblo en el que intentaba salvar la iglesia.
Salvo por una parada rápida para un funeral, llevaba varios meses sin visitar su parroquia, en Unamen Shipu, una reserva indígena en la helada y aislada costa del noreste de Quebec. La casa parroquial estaba invadida por el moho, por lo que tenía que conseguir hospedaje cada vez que la visitaba.
Otro factor que aumentaba su desasosiego eran los efectos perdurables de una serie de acusaciones de abuso sexual y de otros tipos en contra de su predecesor, un sacerdote belga. Aunque los atropellos habían ocurrido décadas atrás, durante una era de la Iglesia católica que Gérard llamaba “colonial”, quien debía lidiar con el enojo y la desconfianza de los feligreses era él, un sacerdote y misionero de Camerún, una nación de África Central.
Unas 1400 personas viven en Unamen Shipu, también conocida por su nombre francés, La Romaine.