MC Millaray, la rapera adolescente mapuche que pide derechos indígenas con su música
SANTIAGO — Justo antes de subir al escenario, la rapera, una adolescente indígena, tenía los ojos cerrados, respiró hondo y se tranquilizó.
Su padre se acercó para sacar una lentejuela del párpado de su hija, pero ella, de 16 años, se encogió de hombros avergonzada. Entonces, Millaray Jara Collio, o MC Millaray, como se hace llamar la joven rapera, se volteó e irrumpió en el escenario con un rap vibrante sobre la presencia del ejército chileno en el territorio de los mapuches, el grupo indígena más numeroso del país.
La actuación apasionada de MC Millaray sucedió durante un acto de campaña en Santiago, la capital de Chile, hace unos meses, y justo una semana antes de que el país votara sobre la adopción una nueva Constitución. De aprobarse, la carta magna habría garantizado algunos de los derechos de mayor alcance para los pueblos indígenas en todo el mundo.
Aunque era demasiado joven para votar en el referéndum, MC Millaray fue una de los cientos de artistas que hicieron campaña a favor de la nueva ley fundamental.
“Soy dos personas en una”, dijo tras su actuación. “A veces me siento como una niña pequeña; juego, me divierto, me río. Pero en el escenario todo lo que digo, lo digo rapeando. Me libera. Cuando tengo un micrófono en la mano, soy otra persona”.
La nueva Constitución —que habría facultado a los más de dos millones de indígenas de Chile, el 80 por ciento de los cuales son mapuches, para gobernar sus propios territorios, tener más autonomía judicial y ser reconocidos como naciones autónomas dentro de Chile— fue rechazada de forma contundente en septiembre.
Pero tras esa derrota, MC Millaray, una estrella en ascenso con más de 25.000 seguidores en Instagram, está más decidida que nunca a transmitir cinco siglos de lucha mapuche contra los colonizadores europeos.
“Aquí no acaba el proceso”, dijo desafiante tras la votación. “Aquí empieza algo nuevo que podemos construir juntos”.
Entre el español y el mapudungun, la lengua indígena que hablaba con su bisabuela materna, MC Millaray articula esa historia con una furia lírica trepidante.
Sus canciones denuncian las injusticias medioambientales, anhelan la protección de la inocencia infantil y honran a los mapuches caídos. Por encima de todo, pide la devolución de las tierras ancestrales mapuches, conocidas como Wallmapu, que se extienden desde la costa del Pacífico chileno y sobre los Andes hasta la costa atlántica argentina.
Su canción “Mi ser mapuche”, que salió el año pasado, combina trompetas con el “afafán”, un grito de guerra mapuche. Canta:
Desde la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI, la tierra que una vez controlaron los mapuches se ha visto sustancialmente mermada a lo largo de siglos de invasiones, traslados forzosos y compras. La pérdida de tierras ancestrales se aceleró en el siglo XIX, cuando Chile atrajo a emigrantes europeos para que se establecieran en el sur, prometiéndoles tierras que, según afirmaba, estaban desocupadas, pero que a menudo estaban pobladas por mapuches.
Para algunos, es la mayor deuda pendiente de Chile. Para otros, es un impasse de siglos sin solución clara.
“Para mí, sería un sueño recuperar el territorio”, dijo MC Millaray. “Quiero dar mi vida al weichán”, dijo, refiriéndose a la lucha por recuperar el Wallmapu y los valores tradicionales mapuches. “Quiero defender lo que es nuestro”.
Millaray, que significa “flor de oro” en mapudungun, creció con su hermano y su hermana menores en La Pincoya, un barrio marginal de la periferia al norte de Santiago, donde las paredes están salpicadas de grafitis vibrantes y el hip-hop y el reguetón resuenan en las casas que se extienden por las laderas.
La zona tiene una fuerte tradición rapera. En la década de 1980 se formaron en el cercano poblado de Renca las Panteras Negras, uno de los primeros grupos de hip-hop de Chile, y Andi Millanao, más conocido como Portavoz, una de las estrellas del hip-hop más conocidas de Chile, escribió por primera vez su incendiario rap político en la vecina Conchalí.
Millaray dice que cuando era niña lo que más esperaba era viajar todos los veranos al sur, a la comunidad de Carilao, en el municipio de Perquenco, para visitar a su bisabuela materna, y pasar las tardes nadando en un río cercano o recogiendo bayas de maqui en un tarro.
“Cuando llego al Wallmapu, me llena de libertad y paz”, dice. “Aprendía acerca de lo que soy y represento, lo que corre por mis venas”, añadió, refiriéndose al tiempo que pasaba con su bisabuela. “Me di cuenta de lo poco que conocía a mi lucha”.
En su casa en su barrio de Santiago, era la música lo que más captaba su atención, y acudía a los talleres de hip-hop que sus padres —dos raperos que se conocieron en un concierto en La Pincoya— organizaban para los niños del barrio. “Crecí en una familia rapera” , dijo Millaray. “Ellos fueron mi inspiración”.
Una tarde, cuando tenía 5 años, su padre, Alexis Jara, quien ahora tiene 40, estaba ensayando para un evento, y su hija, a su lado en la cama, cantaba con él. Cuando actuó esa noche, Jara vio a su hija llorando entre el público, sintiéndose excluida.
La subió al escenario y, lloriqueando y con los ojos hinchados, “Y se transformó —¡pah, pah!— empezó a rapear con tanta fuerza que me robó el protagonismo”, recuerda su padre. Cuando se le pasaron las lágrimas, la niña de 5 años se dirigió al público: “Represento a La Pincoya, ¡quiero ver manos en el aire!”.
“Desde entonces nunca pudimos bajarla del escenario”, dijo su padre. “Ahora está todo al revés: ¡Yo le pido a mi hija que cantemos juntos!”.
A los 7 años, Millaray ya había escrito y grabado su primer disco, Pequeña femenina, que grababa en CD para venderlos en los autobuses públicos mientras cantaba en los buses con su padre.
Cuando ganaban suficiente dinero, los dos bajaban por la escalera trasera del autobús y se lo llevaban para jugar con máquinas de videojuegos o comprar dulces.
Siguen actuando juntos: Jara, un enérgico torbellino de trenzas y ropa holgada, su hija, más tranquila y precisa con sus palabras. “Tic Tac”, la primera canción que escribieron juntos, sigue en su repertorio.
Fue cuando aún estaba en primaria cuando recibió la sacudida que reforzaría su decisión de retomar la lucha de sus antepasados en su música, y en su vida.
En noviembre de 2018, su profesora de historia le dijo a la clase que Camilo Catrillanca —un mapuche desarmado que murió ese mes por disparos de la policía en la comunidad de Temucuicui, en el sur del país— había merecido su destino.
“No podía quedarme callada”, recuerda. “Me paré, llena de rabia, y dije: ‘No, nadie merece morir y menos por defender a su territorio’. En aquel momento defendí mis convicciones, y me cambió”.
A finales de 2021 y en la primera parte de 2022, el conflicto en los territorios mapuches, donde el estado de excepción ha sido renovado periódicamente por gobiernos tanto de derecha como de izquierda, se encontraba en uno de sus periodos más tensos en décadas.
Además de las sentadas pacíficas de activistas mapuches en terrenos de propiedad privada y en edificios del gobierno regional, se produjeron decenas de casos de incendios provocados, cuya autoría fue reivindicada por grupos de resistencia mapuches, así como ataques contra empresas forestales.
En 2022 se registraron al menos siete muertes en la zona del conflicto, entre cuyas víctimas estaban activistas mapuches, un hombre que se dirigía a una ocupación de tierras y trabajadores forestales.
En marzo, cuando la ministra del Interior de Chile visitó la comunidad de la que era oriundo Catrillanca, fue recibida con un crepitar de disparos y rápidamente sacada de allí en una furgoneta.
En las protestas a veces violentas contra la desigualdad económica que estallaron en todo Chile en octubre de 2019 —desencadenadas por un aumento de 30 pesos chilenos (4 centavos de dólar) en las tarifas del metro—, los símbolos y lemas mapuches eran omnipresentes.
En la plaza principal de Santiago, los manifestantes fueron recibidos por un chemamüll, una estatua de madera tradicionalmente tallada por los mapuches para representar a los muertos. En las protestas, Millaray rapeaba o paseaba entre los manifestantes con su bandera azul pintada a mano con el Wünelfe, una estrella de ocho puntas sagrada en la iconografía mapuche.
“Ahora somos más visibles que en cualquier momento de mi vida”, dijo Daniela Millaleo, de 37 años, una cantautora de Santiago a la que MC Millaray cuenta entre sus mayores inspiraciones. “Antes eran los mapuche que marchaban por nuestros derechos, pero ahora tanta gente siente nuestro dolor”.
Tras su agotadora agenda de actuaciones en actos de campaña a favor del fallido esfuerzo constitucional —así como un viaje a Nueva York para cantar en Times Square como parte de la Semana del Clima de la ciudad de Nueva York— MC Millaray se centra ahora en grabar nuevo material.
“Quiero llegar a un público más amplio, pero quiero que cada rima tenga un mensaje; no quiero hacer música solo por hacer música”, dijo. “No importa el estilo, siempre me pregunto qué más puedo decir”.